Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014



A quien no te pegue

Severiano Gil 2004

Seguramente que los que pertenezcan a mi generación recuerdan aquel jueguito tonto y, tal vez por eso, muy divertido del pégale a quien no te pegue, en medio de las reglas del cual podías soltar sopapos a diestro y siniestro en la tranquila certeza de que nadie te los podía devolver.

Pues bien, también me resulta curioso el empleo de un juego parecido que podemos ver casi a diario en los medios de comunicación, y me refiero al empecinamiento de algunos sectores de opinión sobre las condenas a las actitudes de otros. En realidad, no son las propias actitudes de condena lo que me llaman la atención, sino el objetivo de éstas y las acciones que las suscitan, por ejemplo:

La plataforma tal o cual condena la actitud beligerante de los Estados Unidos frente a Irak.

Bien.

Lo hace, además, basándose en un concepto de paz y democracia que parece apoyar la legitimidad de la propuesta.

Pero:

Por la misma ley, por esa misma defensa de la paz y la democracia, esa plataforma debería hacer una lista de actitudes que tampoco son acordes con tan elevados conceptos.

Ejemplo:

El terrorismo en general –hay que apuntar que, aunque no parece que se tenga en cuenta, el terrorismo es también una actitud contra la paz y la democracia—, y más concretamente ETA, Hamás, los chechenos, etc.

¿O es que la democracia y la observancia de la paz sólo es exigible a ciertos elementos que están obligados a su observancia?

Más bien parece destilarse otra conclusión de este razonamiento anterior.

A saber:

Que esos llamamientos a la paz, apelando a conceptos y actitudes democráticos, sólo tienen validez o un cierto viso de efectividad cuando se dirigen a organismos, instituciones o Estados razonables, estables, sensatos y, como mínimo, coherentes con el poder que pueden poner en juego.

¿A quién va a ocurrírsele que ETA, por poner un ejemplo, atienda cualquier requisitoria antibelicista? ¿Quién puede imaginar que el terrorismo palestino vaya a atender los insistentes llamamientos a la paz y a la no violencia?

Conclusiones:

Los llamamientos y las exigencias de pacifismo sólo pueden ir dirigidas hacia los menos belicistas, contra los que se sabe que no van a emprender ninguna acción de represalia sobre quienes les exigen detener sus actitudes violentas.

Porque, ¿qué pasaría si una delegación española viajara a la franja de Gaza y se manifestara en pro de la paz en Oriente Medio?

Dejo la respuesta a lo que ustedes quieran imaginar.

Propuesta:

¿Y si, en lugar de tanto pedir verbalmente –bla, bla, bla...— al único que puede escuchar, se movieran realmente esas plataformas en el sentido de buscar la manera de detener la violencia? ¿Y si realmente los que creen en la paz se plantaran con firmeza entre ambos contendientes y les impidieran continuar con el derramamiento de sangre?

Está establecido por la Historia que este tipo de actitudes sólo puede desarrollarse en un ambiente de democracia y de respeto por los derechos humanos, es decir, que una manifestación por la paz sólo puede llevarse a cabo frente a Estados que respeten a las personas, y no sirven de nada frente a quienes, como respuesta, van a utilizar seguramente sus ametralladoras.

¿Tal vez por eso sólo se protesta ante quien no va a devolver al palo?

Seguramente.

Cada vez que una voz –o un clamor de ellas— se eleva para protestar contra esas actitudes beligerantes, lo va hacer ante la mano que no pega, ante quienes, antes que nada, van a respetar a los que protestan.

Consecuencia:

Cada vez que oímos una de estas quejas, sabemos que van dirigidas, precisamente, hacia quienes tienen menos que ver en una actitud de enfrentamiento violento, los que permiten que la democracia perviva: le gritamos al menos peligroso, con la nefasta consecuencia de que, para la mayor parte de la opinión pública, pudiera parecer que los únicos acreedores de las protestas, los únicos que observan una actitud censurable, son, precisamente, los que se dejan censurar.

Recomendación:

Deberían rectificar o, al menos, reorientar su línea de protestas aquéllos que, ante todo, expresan su deseo de defender –y parece que así es— los elevados objetivos de paz, justicia y democracia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores