Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014



Baños de sol

Severiano Gil 2004

No sé si algunos de ustedes tienen edad para recordarlo; yo no, desde luego, pero he oído contar a los mayores cómo podía conocerse antaño la condición social de cualquier individuo por el tono de piel que exhibía.

Tradicionalmente –y me refiero a fechas no tan lejanas como primeros del siglo XX y anteriores—, el color moreno inducido en la piel por la exposición al sol venía a informar de que el individuo en cuestión pertenecía seguramente a la sufrida clase rural, o bien formaba parte del gremio dedicado a la pesca.

Y era lógico; el carácter de las faenas laborales propiciaba que las zonas del cuerpo de obligada exposición mostraran en su piel una tonalidad morena y curtida, no sólo por los rayos solares, sino por el viento o el frío de según qué estación del año.

La clase urbana, en general, y los ricos en su totalidad, en cambio, exhibían una piel blanca, tersa y poco castigada por los elementos, ya que su dueño no se veía en la obligada circunstancia de prescindir de sus prendas de vestir y, casi siempre, su trabajo se desarrollaba a cubierto, excepción hecha de los pertenecientes al gremio de la construcción que, agobiados por los calores de sus esforzadas faenas, trabajaban –y lo siguen haciendo— con las mangas arremangadas, o bien prescindían directamente de la camisa y se tostaban brazos, hombros, cuello y cara, dando lugar a la famosamente conocida moda del "moreno albañil".

Las más perjudicadas en tal establecimiento de categorías eran, sobre todo, las mujeres que vivían en ámbito rural, obligadas a hacer el mismo trabajo que los hombres y adquiriendo al menor descuido una capa de moreno prestado que las hacía parecer lo que realmente eran: mujeres del campo. De ahí que, en casi todos los atuendos femeninos tradicionales aparezcan los pañuelos amplios o los sombreros, por no hablar de la ausencia total de mangas cortas.

Y así triunfaba la preservación dermatológica como un medio de asimilarse a las clases pudientes, a los nobles o a los aristócratas que no se veían en la tesitura de tener que trabajar en oficios tan plebeyos.

Sin embargo, esa costumbre fue cambiando lentamente, a la par con la afición de los más vagos de sestear durante el buen tiempo en lugares de moda. Los ricos, y los que querían parecerlo, empezaron a veranear y, también, a practicar deportes de elite y, consecuentemente, a desnudarse paulatinamente para exponer sus cuerpos atléticos a la vista de los demás.

El burgués atento, siempre presto a imitar modas y a seguir directrices unificadoras –nos resistimos a llamarlas como lo que son, el adocenamiento menos individualista y original— empezó a copiar esta costumbre, perdido en el desenfreno de parecer lo que no es, y se puso de moda tomar baños solares para, a la vuelta de las vacaciones, tener el aspecto idéntico a aquéllos que deseaban emular.

Pero se les olvidaba que el rico adquiría su morenez a lo largo de una dilatada temporada de asueto, en balnearios de moda, en playas exclusivas o en los propios parques de sus caras residencias. Y el pobre burgués, que sólo disponía de unas pocas semanas al año para dedicar a esa actividad, resolvió pasarse las vacaciones tendido en el suelo, desnudo casi por entero y recibiendo una dosis
de sol que, en muchos casos, puede llegar a ser letal a medio o largo plazo, cuando no le propiciaba una hidrocución que, bajo el temido nombre de "corte de digestión", se lo llevaba al otro barrio sin decir ni pío.

El sol de hoy día no es el de mediados del siglo XX, está demostrado al parecer; las radiaciones UVA y la reacción con los otros gases, que genera altas dosis de Ozono, son, sin paliativos, elementos tremendamente nocivos para la salud. Pero no nos importa –otra cosa sería si un fumador expeliera nubecillas de Ozono—; simplemente, ignoramos el peligro, tomamos el sol a las horas más inapropiadas, sometemos a nuestro organismo a la tortura anual y, como mucho, nos ponemos crema protectora cuando ya nuestra piel ha adquirido ese tonillo que nos iguala con la ciudadanía esclavizada por el aspecto exterior.

Y todo para parecernos a unos zánganos sociales que ninguno querríamos imitar.

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