Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014



La ilusión de crear

Severiano Gil 2004

Apenas he regresado de las vacaciones y, lo primero en que pensaba cuando aguardaba dos horas en la cola para conseguir la tarjeta de embarque, era en escribir un artículo como éste que están leyendo ahora.

Hay tema para rato, desde el calor de este pasado julio por tierras extremeñas o andaluzas, hasta la impactante imagen de un puerto de Almería atestado de emigrantes acampados a la espera de que alguien les pusiera al otro lado del mar. Sin embargo, me detuve demasiado tiempo en una pregunta que surgió, poderosa y contundente, ¿por qué escribir? ¿Por qué esa necesidad de sentarse frente al teclado y dejar que la máquina te ayude a construir frases que, luego, ustedes leerán en este diario?

Le he dado vueltas durante dos días –no constantemente, claro--, hasta que un libro de Savater me ayudó a dar con algo que podría considerar una respuesta aceptable: me gusta escribir porque es una de las pocas formas de crear algo tangible y real con mis propias manos.

Ahí creo que radica el meollo del asunto y, además, me lleva a analizar las connotaciones más amplias que rodean al problema. Porque, ¿se han dado cuenta de qué pocas cosas hacemos, en el sentido literal del verbo "hacer"? La mayoría de nosotros, la inmensa mayoría de quienes trabajamos a diario para producir algo, no alcanzamos a ver el resultado de nuestro esfuerzo, porque éste se convierte en ideas, gestos, cálculos..., nada tangible al fin y al cabo; nos esforzamos para dar forma a cosas informes, inmateriales, irreales según qué punto de vista.

Antaño, el artesano se volcaba en su faena para acabar admirando el resultado de sus desvelos: una pieza de alfarería, un buen par de zapatos, una herramienta, una joya, un arma... Hoy, hacemos informes, calculamos proyectos, contabilizamos finanzas, realizamos estudios y acumulamos papel relleno de símbolos que significan cosas, o bien gastamos la vida vendiendo y comprando, promocionando, informando a los demás o curándoles de sus dolencias espirituales y somáticas..., humo al fin y al cabo, por más que el resultado sea necesario, conveniente o satisfactorio.

Existen privilegiados, no obstante: arquitectos que ven crecer los edificios que han soñado, restauradores que confeccionan platos espectaculares o modelistas que reproducen cosas con paciencia infinita, por no hablar de quienes viven del arte de reproducir escenas o imágenes en forma de pintura o fotografía. Pero estarán conmigo en que el diseñador tiene poco que ver en la realización "física" de su obra, impensable sin la colaboración de cientos de otros obreros; el cocinero no podría crear algo más efímero que una receta gastronómica; el artista acaba por vender su obra –o comercializar, como se dice ahora-- y el modelista, por regla general, guarda sus logros en vitrinas de casa hasta que, en una mudanza...

Ni siquiera la obra más importante, que es crear vida, tiene una relación directa entre el gesto, el acto en sí, y el resultado de lo creado, ya que un niño tarda mucho en alcanzar a ser el resultado definitivo del arduo trabajo de criar y educar.

En cambio, estas líneas que he ido acumulando frente a la pantalla de mi ordenador sí es –o puede parecer— algo tangible y real, hecho por mí mismo con el único concurso de mi mente, mis manos y la ayuda de una maquinita medio tonta que obedece cuando quiere. En cuanto acabe, podré leer el texto que he diseñado, pulirlo y abrillantarlo si procede y, mañana o pasado, todo esto tendrá la forma física de algo tan efímero como el número del diario, pero que, sin embargo, permanecerá en la hemeroteca y en la memoria de mi ordenador como el resultado de un esfuerzo que, ahora que lo pienso, me cuesta mucho evitar.

Alguien dijo que escribimos para saber que no estamos solos; yo diría que, en mi caso, escribo para poder sentirme a solas conmigo y, de paso, realizar algo que es el producto de mi más inviolable intimidad.

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