Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014



La verdad de la mentira

Severiano Gil 2003

Hay quien dice que no ve La Noria, ni Salvados o como se llamen los programas integrantes de esa miríada de espacios que, al parecer, escandalizan al respetable, acaban asqueando al que soporta más de diez minutos y constituyen un mal ejemplo para esta sociedad acostumbrada a mirarse a sí misma a través del cristal abombado –eso era antes-- del televisor.

Nadie lo ve, nadie asume que, en cuanto los vapores de la digestión de la cena se adueñan de la pequeña parte de intelecto disponible, el dedito se marcha hacia los botones del mando a distancia y abren paso franco al torrente de chascarrilleo disponible, que viene a sustituir la falta de comunicación social que padecemos; ¡ah, aquellas reuniones de vecinos que, a la puerta de casa, sentados a la fresca de la acera, ponían de vuelta y media a los pocos conocidos de entonces! Eso sí que era cotillear, y de gente cercana que, ahora, ha tenido que ser sustituida por una horda de desconocidos que, a fuerza de oírlos nombrar, consideramos casi de la familia.

<>, es una expresión tan frecuente...

Lo que no aclara el dicente es que, sí, que es cierto que ve Gran Hermano a trozos, pero que los periodos de descanso se los marca la propia cadena cuando pone publicidad. Pero bueno, así queda como que lo visto y oído ha sido de pasada, sin intención expresa de caer en la ordinariez de compartir el entretenimiento general de los españoles.

También hay quien dice que no es machista, sino todo lo contrario, que respeta y alaba la igualdad entre los sexos; aunque, bueno, cuando se trata de igualar la educación del hijo y de la hija..., eso ya es otra cosa. La mujer es igual que el hombre <>, y matizan; <>.

Es un poco como la Iglesia Católica, que rinde culto constante a la madre del Salvador y, en cambio, le cierra las puertas del sacerdocio a las féminas por el mismo hecho de ser mujeres.

Y no se salva nadie, porque qué decir del Islam, que las cubre púdicamente y reconoce lo pernicioso de permitir que una mujer decida por sí misma hasta donde es lícito mostrar sus encantos. Otrosí digo del Judaísmo, que parcela el espacio físico y en las Sinagogas las constriñe en el matroneo, elevado y dignificado, sí, pero haciendo rancho aparte con los varones. Y ya que estamos con la religión, ¿ha oído alguien hablar de un Lama que sea mujer, por más que el mismo nombre parezca sugerir, en español, una indiscutible estructura femenina?

También hay vecinos que dicen ser de los buenos, y gobiernos que pregonan amistad y buenas relaciones, como Marruecos, cuando aprovechan cualquier nimiedad para poner el grito en el cielo y acusarnos de mil inconveniencias; pero no dicen que la Hacienda española lleva esperando desde hace años –y lo que le queda— que alguien se haga cargo de las facturas en conceptos de
atenciones sanitarias brindadas a sus ciudadanos.

Todo el mundo dice algo, y miente cuando dice; el gato le miente al perro cuando hace ver que le teme; el abogado le miente al juez cuando defiende a un culpable; el hijo le miente al padre cuando le dice que no fuma, y el padre le miente al hijo cuando hace ver que le cree; el amante tampoco dice la verdad con el manido no puedo vivir sin ti, y tampoco es cierto que las aseguradoras corran con los gastos accidentales que, en principio, aparecen en la letra grande de las pólizas.

Ahora llega Navidad, con su cascada de mensajes deseando amor, paz y amistad, como si el resto del año estuviésemos exentos de regalar esos sentimientos a nuestro alrededor; y, según el Sumo Pontífice, tergiversando la Historia al decir que los Reyes Magos venían de Oriente, o al incluir al buey y la mula en el portal de Belén.

Y, poco después, le toca al Carnaval, y hacemos una fiesta del hecho de mentir sobre nuestra identidad, como si, por una vez, nos cansáramos de fingir y asumiéramos la verdad de la mentira, dejando de mentir para decir que, en realidad, siempre mentimos.

<>, suena una y otra vez en cualquier reunión, y, a lo mejor, si es que no nos han mentido, la muerte sólo es eso, el descanso en la verdad merecida, la única realidad cierta en la mentira de la vida.

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