Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014



Ladrones de recuerdos

Severiano Gil 2004

La noticia saltó el lunes a los medios de comunicación, los madrileños, y seguramente muchos otros que no lo son, han arramblado con los cientos de miles de flores que se colocaron a lo largo de muchas calles de la capital de España para adornar la carrera de los novios del año.

Y había más –ladrones— que maceteros, porque también han desaparecido los gallardetes y otros adornos, así como pedazos arrancados –a saber cómo— de la alfombra-esponja que enjugó los ríos de lluvia que amenizaron la unión regia.

Y el volumen total de lo esquilmado excede con mucho de cualquier estimación que asigne tal comportamiento a los desalmados incívicos de siempre.

¿Qué pasa entonces? ¿Quiénes son los que con tanta alegría y en tan elevado número se han llevado a casa el efímero suvenir?

Pues, sencillamente, gente de la que se llama normal a sí misma. Esa misma gente que te mira mal si tiras un papel en la acera, si fumas en el ascensor, si sueltas una palabrota, si expresas en voz alta algo que va en contra del sentir de la mayoría, si te sales de la norma o reivindicas algo que no esté de moda reivindicar.

¿Y por qué? Pues porque –y es una opinión que siento manifestar— la gente normal se encuentra anormalmente condicionada a responder a estímulos directos, como el perro de Paulov, más o menos, y es raro encontrarse con un grupo importante de ciudadanos que escape a la mediatización de la publicidad. Y no me negarán que pocos eventos han tenido más publicidad que este último.

Funcionamos así; nos plegamos disciplinadamente al ritual de sentarnos frente al televisor y, aunque lo neguemos, empaparnos con el adoctrinamiento audiovisual que nos dice qué debemos necesitar y qué debemos comprar; en definitiva, cómo tenemos que vivir. Porque todo va mucho más allá que el mero ejercicio publicitario del lava más blanco; no hay teleserie o debate que no lleve implícito un mensaje de cómo hay que hablar, gesticular y moverse; y, lo peor, cómo enjuiciar las distintas facetas de una vida teledirigida.

Porque hasta en las representaciones teatrales prima sobre todo el concepto de juicio sobre las cosas que parecen ser las importantes. Hace poco le leí a no sé quién que, si quieres escribir un guión que sobreviva, el malo de la película no puede ser ni mujer ni homosexual ni negro. El malísimo es blanco, varón y macho –hay quien prefiere decir heterosexual--; pero ni siquiera eso funciona; porque hasta el malvado tiene motivos explicables para serlo: una niñez triste, un amor frustrante, un desequilibrio por estrés...

Escribimos sobre lo que está de moda escribir, y, si no, no publicas y no cobras, con lo que no puedes comprar lo que tú mismo vendes en los guiones que escribes: una bonita pescadilla –que, por cierto, está recomendada en las numerosas dietas alimenticias con las que la gente trata de ser semejante a los modelos que nos venden.

Pues bien, así, en un mundo que funciona por el mimetismo más absoluto hacia la mayoría, no es de extrañar que el ciudadano sea un devorador de todo, un consumidor sin tino alguno. Tengo un amigo que se justifica por comprar discos piratas diciendo que la música de moda es muy cara. No se plantea liberarse de la estúpida necesidad de comprar el último disco –que será sustituido,
en breve, por otro último que la publicidad insistirá en que es mejor--, no; prefiere incumplir la ley y pasarse por el forro los derechos de los autores. Es algo parecido a los que se bajan tantas películas por Internet, que ni en tres vidas consecutivas tendrán tiempo libre para ver tanto film robado a sus dueños legítimos.

¿De qué nos extrañamos entonces? ¿Cómo no van a llevarse los bonitos cestos de flores madrileños que, además de ser un recuerdo, valen una pasta?

Lo gracioso del asunto es que luego vamos de solidarios, de poco materialistas, de identificados con causas elevadas..., aunque tengamos que acudir a una manifestación con la ropa apropiada que venden en la franquicia de moda.

¿Han probado a liberarse de veras y no renovar el vestuario de verano este año, o comprarse no un reloj de marca, sino que marque la hora? ¿Han probado a prescindir de las nuevas gafas de sol de moda, del móvil de alta tecnología o de los obligados gastos de celebraciones? ¿Probará esta Nochebuena a cenar pizza con cerveza, vestido con un chándal, y concederle importancia real al hecho de reunirse en buena armonía?

Desengañémonos, el resultado final de la publicidad es hacernos ver que hay cosas que son imprescindibles para vivir, aunque no tengamos dinero suficiente y sea necesario robarlas si nos las ponen a huevo.

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