Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014


Imagine

Severiano Gil 2003

La verdad es que no tenemos ni idea.

Los que oímos la radio y leemos la prensa –incluso puede que un porcentaje limitado de los que ven televisión—, creemos que estamos informados, y vivimos en paz con nuestra necesidad de saber. Pero lo cierto es que, a poco que se conozca el sistema de funcionamiento de los almacenes distribuidores de noticias, debemos asumir, sin aspavientos, que no sabemos de la misa la media.

Lo que se está cociendo, lo que se está cocinando, lo que se avecina, e incluso lo ya acontecido. Porque, si nos ocupáramos en hacer un seguimiento, si, a toro pasado, siguiéramos interesados en el tema, veríamos que todo adquiere otro tono, otro color, a poco que la lente de aumento de la primicia se haya desviado hacia otro foco de interés. Y es necesario que la evolución de la noticia adquiera rango de vendible para que los consumidores podamos seguir sabiendo sobre el asunto.

Resumiendo: ¿sabe alguien qué pasa –o qué no pasa— con aquello tan horrible que sucedía en Guantánamo con los terroristas detenidos? ¿Algún medio se ha hecho eco –si lo sabe, llámeme para comentarlo— del fárrago político y bélico que sigue latiendo en África central? ¿Saben ustedes qué pasa con los resentidos mexicanos de Oaxacas?

Pero lo malo –que intuyo nada más— es que, si se nos hurta una parte importante de la información general de lo que acontece en este universo redondo, ¿por qué creer a pies juntillas lo que los medios tienen a bien –por espacio, por premura o por línea editorial— ofrecernos?

No me fío, lo siento; ni de los temas estrella tenemos la información suficiente como para poder opinar con un mínimo de coherencia. Puede uno sospechar, olfatear, imaginar...

Y a veces no huele bien en las tuberías por la que discurren las noticias y opiniones de los noticiadores.

Y, puestos a hacerlo, imagine usted, lector –especialmente si es de ese elevado número que opina en contra de la guerra con Irak—, qué ocurriría si no existiera la arrolladora voluntad norteamericana de pararle los pies, y los misiles, a Saddam Husain.

Porque a mí no se me ocurre temer –y a veces peco de imaginativo en exceso— que un esbirro de la Casa Blanca, provisto de explosivos, esté dispuesto a inmolarse en unos grandes almacenes de Barcelona, en el aeropuerto de Barajas o en la puerta de una sinagoga de Melilla.

Sí temo, en cambio, que un loco fundamentalista –o harto de cocaína o hachís—cometa cualquier fechoría equipado para ello con material proporcionado por los servicios de un Estado aficionado a fomentar el terrorismo.

Y me da la sensación de que de eso se trata; aunque no parece, sin embargo, que sean esos los temores de las tres cuartas partes de los ciudadanos españoles –según dicen los medios de comunicación.

Imagine, señor deseoso de saber, sálgase fuera de la rueda informativa, de la corriente diaria de información, y piense por un momento que no existiera el encono USA ni los recelos europeos; imagine usted que, un buen día, cualquiera de esas células activistas que nuestras policías han detenido hace poco, hubieran podido hacer de las suyas ejecutando los planes para los que se estaban preparando –y por los que los han detenido—. El clamor popular pediría cabezas, dimisiones y, después, ese mismo pueblo se dolería –a través de los medios de comunicación, por
supuesto—, de no haber sido protegido convenientemente, se sentiría desamparado y olvidado por los poderes, los nacionales y los internacionales.

¿Cómo no se ha hecho nada al respecto? ¿Cómo nadie ha sabido prever una catástrofe terrorista de ese nivel? –dirían, y con razón.

Pues muy bien, al parecer, por los resultados de esas encuestas –que, por cierto, nadie sabe quién las hace ni a quién— a la mayoría de los españoles les cuesta imaginar.

A lo mejor es el triunfo de aquella frase acuñada hace tres décadas, ¿recuerdan?, aquella que campeaba sobre los parabrisas de los R-12 o los 1430 de nuestro recuerdo: To’er mundo e’güeno.

Lo malo es que sabemos que esto no es verdad.

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