Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014


La victoria del sábado

Severiano Gil 2005

Los españoles somos –y fama tenemos— de ser expertos en celebraciones, y esto se debe sin duda a nuestro carácter latino y mediterráneo, que viene a ser más o menos lo mismo.

Por eso me he quedado un poco parado, expectante y a la espera de algo que, por lo que veo, no lleva trazas de suceder, y me refiero a celebrar, por todo lo alto, la victoria del pasado sábado, en que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado lograron aplastar la amenaza que anidaba en el piso de Leganés.

Desconozco, es cierto, si alguna entidad está organizando algo para invitar eal resto de los madrileños y, ¿por qué no?, a buena parte de los españoles que ya no serán víctimas del alijo enorme de explosivos.

Por fortuna para todos –nadie sabe si quien esto escribe y los que ahora lo leen hubiéramos padecido la acción directa de esos terroristas— la acción de la Policía no sólo ha satisfecho la lógica demanda de justicia hacia el 11-M, sino que acaba de regalarnos la vida a muchos más españoles que podrían haber coincidido en tiempo y espacio con el uso de tanta goma-2.

Porque está claro –no creo yo que tenga que explicarlo tanto— que se consiguió una victoria, y mucho más importante de lo que pudiera parecer. Es cierto que la desarticulación de la manada de iluminados marroquíes, que abrieron fuego contra las fuerzas del orden en medio de cánticos y consignas islámicas, no se trata de la victoria final contra esa nueva versión de guerra mundial –una versión, por cierto, diseñada hace ya años por los tecnócratas de Al-Qaida, la guerra de cuarta generación—, pero sí encarna la voluntad legítima de una sociedad atacada en su más íntima expresión de civilización.

Por eso me extraña tanto la pasividad del resto de los españoles, que no promueven verbenas, ni actos multitudinarios que festejen el gran logro. Me extraña también que, todavía, los actores, los intelectuales ylos artistas en general no hayan acudido al primer foro para congratularse por ello, ni se organicen manifestaciones espontáneas que recorran las calles de Madrid y otras capitales con pancartas y eslóganes en los que prime el vitoreo de nuestras fuerzas del orden, al fin y al cabo, el brazo defensor de los intereses de todos nosotros. Echo la vista atrás y contemplo cientos y miles de ocasiones en las que el ingenio hispano se muestra sin recato a la hora de celebrar casi cualquier cosa, y acabo por salir de mi estupor cuando me doy cuenta de que, en realidad, no somos una gran familia, una entidad social y cultural más que cuando le dan un Óscar al primer memo del celuloide, cuando elrepresentante de Eurovisión es favorito o cuando el equipo de nuestros amores gana la liga.

Y eso me entristece y me alerta de hasta dónde podemos llegar –quizá sería mejor caer— en nuestra ceguera actual.

Porque mientras sigamos felicitándonos por haber ganado trofeos deportivos y no por haber parado los pies a quienes tanto daño hicieron el pasado mes y podrían haber hecho en el futuro, seguiremos siendo el objetivo fácil de las intentonas por desarticular nuestro mundo, nuestro sistema y ,pensándolo mejor, tal vez sea ése el castigo por vivir de espaldas a la realidad que, hoy y en adelante, seguirá atentando contra nuestra vida cómoda, sorda e insensibilizada hacia lo que, verdaderamente, debería preocuparnos.

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