Severiano Gil

Melilla, España
Escritor e historiador. Nacido en Villa Nador (Marruecos) en 1955. Se traslada con su familia a Melilla a mediados de los sesenta, aunque no deja de estar en contacto con el entorno marroquí, en especial con la que fuera región oriental del antiguo Protectorado.

jueves, 6 de febrero de 2014


Democracia de unos pocos

Severiano Gil2004

Menuda se ha liado con el despecho de la Jackson, ¿se han dado cuenta?

Y cuánto se ha vertido, en prensa, radio, televisión y lugares de trabajo, sobre la hipocresía de los norteamericanos, la pacata censura impuesta a las emisiones en directo y lo bien buenos que somos nosotros, los europeos, que no nos dejamos escandalizar por nada y depositamos ciegamente la salvación de nuestro sistema en la progresista libertad de expresión.

No faltan sesudos –y sesudas— participantes en foros y mesas redondas que aprovechan la coyuntura para poner de vuelta y media a la sociedad USA –esa misma que nos marca preferencias en cine, modas, tecnología e Historia--, doliéndose del papanatismo que ataca la salida de pecho de la Jackson y luego mantiene la pena de muerte en muchos de sus Estados, o se va a la guerra, como Mambrú, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo –sí, también lo pongo con mayúscula, ¿por qué no?

Hizo falta, el otro día, que un señor de hablar mesurado y conciliador interviniera en un programa matinal de reconocida audiencia para advertir a los oyentes, y quizá más a los contertulios, que precisamente el sistema político británico, del que es fiel heredero el norteamericano, es la única democracia estable y sólida que ha sido capaz de aguantar doscientos años sin atentar contra sí misma, sin suicidarse, como parecen estar en trance de hacer muchas otras que se auto-ensalzan constantemente.

Le faltó al buen hombre acudir al propio significado de la palabra democracia, el gobierno de todos, y de cómo, al ser imposible atender a todas y cuantas posibilidades emanan de la voluntad popular, se toma el deseo de la mayoría como único veredicto válido a la hora de tomar decisiones. Lo hacen hasta en las reuniones de vecinos, en los jurados populares y en el cónclave que elige a los Papas. Y eso es democrático, sí señor.

Por eso, si a la mayoría le parece mal verle la teta a la Jackson –por cierto, ¿fue la derecha o la izquierda?--, lo democrático es censurar ese tipo de espectáculo; si la mayoría piensa y vota que es conveniente la pena de muerte, pues lo democrático es mantenerla en vigor; si la mayoría cree que es necesario ir a la guerra, pues participar en el conflicto es el mejor ejercicio de democracia que pueda hacerse, ¿o no?

A lo mejor resulta que, lo que no es conveniente, es que la democracia propicie los deseos de la mayoría, pudiera ser; o que la democracia, en según qué sitios, debe imponerse aún cuando la mayoría no la crea conveniente.

Es lo que me da la sensación que ocurre en nuestra vieja y sabia sociedad occidental, que creemos que democracia es lo que piensan unos pocos que piensan por los demás, y eso, señores censores de la moral norteamericana, tiene otro nombre.

Es posible que, en los tiempos que corren, sea más conveniente una oligarquía que decida con mayor conocimiento de causa; pero a cualquiera de esos defensores de la total libertad de expresión, el mero hecho de suponer que la mayoría desee la imposición de cierta censura les subleva el alma y, además,
son capaces de decir que, en este caso, la mayoría no sabe lo que dice.

Me gustaría que esos ejecutantes de su propia moral explicaran qué harían o dirían si la mayoría de los españoles votara en contra de la libertad de expresión actual, ésa que nos llena el televisor de trifulcas barriobajeras y disputas malsonantes.

Seguramente que, como buenos demócratas, harían oídos sordos a lo que expresa esa mayoría inculta y farisea, probablemente adoctrinada por vaya usted a saber, y seguirían adelante con su particular concepto de lo que, para ellos, significa la palabra democracia.

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